Hay momentos en los que todo empieza.
El comienzo del pasillo, el recuerdo súbito. La final de la Copa de
Europa de 1988. Tracer de Milán vs Maccabi de Tel Aviv.
En Bélgica. Todo era excesivo,
auténtico, salvaje. Todo olía a exótico, los yankees a lo suyo,
condenados al exilio, por viejos, por yonquis, por fracaso. Y eran
buenos, muy buenos.
Judíos, la paz de Yahvé, la furia de
Dios. Tel Aviv juega en Europa porque tiene miedo a un nuevo Yom
Kipur sangriento. El Maccabi de Berkovich y el morfinómano Aulcie
Perryera era parte de la historia, pero seguía siendo el Maccabi:
muchos negros nacionalizados, una pareja como Ken Barlow y Kevin
Magee y el heredero de la mano de Dios, Dorom Jamchi, con su camiseta
amarilla perenne. Kevin Magee, el mito de la Zaragoza sumergida, hace
la cuarta falta en el último minuto de la primera parte. Cuando
Magee se va al banquillo entra Isaac Cohen. Cohen jugando para el
Maccabi. Lover, lover, lover.
En el Tracer de Milán, quinteto
inicial: Mike D´Antoni, casi cuarenta años, italoamericano antes de
que existiera ese término. D´Antoni las mete de tres en tres y
lleva bigote de estrella del cine para adultos. D´Antoni, que se
nacionalizó italiano y jugó con la selección. D´Antoni, que es,
hoy, entrenador de los Ángeles Lakers. Jugó los cuarenta minutos.
En el dos, Roberto Premier. En el tres, Bob MacDoo. Otras cuatro
décadas de historia, MacDoo que había jugado en los Lakers del
Showtime, que había sido rookie y MVP en la NBA cuando todavía
existía la ABA (y jugaban con balones de colores mientras el Doctor
J era todavía joven). MacDoo jugaba en la NBA en la que los buenos
se parecían más a los Harlem Globetrotters que a los gladiadores de
Saint´s John. En el cuatro, Dino Meneghin, sucio, muy sucio,
musculado como un Stallone de barrio. Meneghin, sí, más de lo
mismo, cuarenta años y la quinta a ocho minutos de terminar. En el
cinco: Ricky Brown. Máximo anotador. Brown siempre de espaldas,
punteando en suspensión, un poco hacia atrás. Un lustro después
robaría un balón que le daría un título al Madrid. Asumámoslo,
Roberto Premier, Ricardo Pittis, Montecci, Alvi...veinteañeros para
la última fiesta de los ochenta. Porque luego llegaría el sueño
trágico de Split, la pantera rosa, las ametralladoras.
Y después ya nada volvió a ser lo
mismo.
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