martes, 1 de octubre de 2013

de D´Antoni a McDoo...

Hay momentos en los que todo empieza. El comienzo del pasillo, el recuerdo súbito. La final de la Copa de Europa de 1988. Tracer de Milán vs Maccabi de Tel Aviv.

En Bélgica. Todo era excesivo, auténtico, salvaje. Todo olía a exótico, los yankees a lo suyo, condenados al exilio, por viejos, por yonquis, por fracaso. Y eran buenos, muy buenos.

Judíos, la paz de Yahvé, la furia de Dios. Tel Aviv juega en Europa porque tiene miedo a un nuevo Yom Kipur sangriento. El Maccabi de Berkovich y el morfinómano Aulcie Perryera era parte de la historia, pero seguía siendo el Maccabi: muchos negros nacionalizados, una pareja como Ken Barlow y Kevin Magee y el heredero de la mano de Dios, Dorom Jamchi, con su camiseta amarilla perenne. Kevin Magee, el mito de la Zaragoza sumergida, hace la cuarta falta en el último minuto de la primera parte. Cuando Magee se va al banquillo entra Isaac Cohen. Cohen jugando para el Maccabi. Lover, lover, lover.

En el Tracer de Milán, quinteto inicial: Mike D´Antoni, casi cuarenta años, italoamericano antes de que existiera ese término. D´Antoni las mete de tres en tres y lleva bigote de estrella del cine para adultos. D´Antoni, que se nacionalizó italiano y jugó con la selección. D´Antoni, que es, hoy, entrenador de los Ángeles Lakers. Jugó los cuarenta minutos. En el dos, Roberto Premier. En el tres, Bob MacDoo. Otras cuatro décadas de historia, MacDoo que había jugado en los Lakers del Showtime, que había sido rookie y MVP en la NBA cuando todavía existía la ABA (y jugaban con balones de colores mientras el Doctor J era todavía joven). MacDoo jugaba en la NBA en la que los buenos se parecían más a los Harlem Globetrotters que a los gladiadores de Saint´s John. En el cuatro, Dino Meneghin, sucio, muy sucio, musculado como un Stallone de barrio. Meneghin, sí, más de lo mismo, cuarenta años y la quinta a ocho minutos de terminar. En el cinco: Ricky Brown. Máximo anotador. Brown siempre de espaldas, punteando en suspensión, un poco hacia atrás. Un lustro después robaría un balón que le daría un título al Madrid. Asumámoslo, Roberto Premier, Ricardo Pittis, Montecci, Alvi...veinteañeros para la última fiesta de los ochenta. Porque luego llegaría el sueño trágico de Split, la pantera rosa, las ametralladoras.


Y después ya nada volvió a ser lo mismo.   

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