de Dunkerke.
En Francia han paralizado el baloncesto. Una vez más, rebanaron a su aristocracia y encumbraron a emperadores caducos de ojos bizcos. No había más que Pau-Orthez y Limoges. Después, en un lustro, el Cholet. Dimos y recibimos. Rigaudeu, como un Bodiroga de primera hornada, base-escolta, todo en uno, besando el suelo por el que pasábamos. Pau y Orthez, dos ciudades y el Limoges de Malkovic, jugando a cincuenta, como Pesquera. Cincuenta lágrimas por cada ojo las que soltó Zdoc el día que la sangre llegaba a los Balcanes y no lo permitieron celebrar con sus compañeros la victoria de Yugoslavia.
Los eslovenos tuvieron suerte y escaparon de la masacre. Pero Zdoc lloró y perdió su oro. El oro de Zdoc. Y luego llegó Jim Bilba, que no llegaba a los dos metros. Y ganaron la Euroliga. El Pau-Orthez, el Limoges...el Cholet. A veces el Racing de Paris.
Pero han llegado hasta la Bastilla: Nanterre, Estrasburgo y Gravelines.
Nombres sin historia.
Napoleones, transitorios, gallos, gallitos.
Batum, te estoy vigilando.
Esta noche es decisiva.
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